lunes, 27 de diciembre de 2010

PATIO DE ATRÁS DEL SEXO - MAGDALENA GONZÁLEZ

Se acaba otro año, un año que nos ha traído algunas buenas noticias, como el triunfo de la Plataforma Stop Supresión, que durante meses recogió firmas para que no cerraran el Instituto de La Mujer de Castilla-La mancha, y que gracias a su tesón logró su objetivo. Y otras no tan buenas, como eliminación del Ministerio de Igualdad.

Como bien sabemos quienes nos interesamos por el tema de la violencia machista, acabamos el año con una alarmante cifra de muertes femeninas que deben seguir impulsándonos a denunciar y luchar contra esta lacra. Tenemos que seguir trabajando para que los gobiernos y la sociedad en general se enteren de una vez que es un problema muy grave y que todos y todas debemos unir nuestras fuerzas para apoyar a las víctimas, para denunciar a los maltratadores y exigir duras penas para los asesinos, para demandar leyes y medidas eficaces, y para educar a la juventud en la igualdad. Debemos seguir denunciando el tráfico de mujeres y las diversas formas de violencia que nos golpean a diario, ya sea en Europa o en cualquier lugar del mundo. Dicen que la unión hace la fuerza y creo que juntas y juntos podemos convertir este mundo en un sitio más agradable para todos y todas.

Con esta lucha en mente quiero despedir el año con un artículo de la investigadora y psicóloga argentina, que nos dejó repentinamente a mediados de este año, la compañera Magdalena González, de la campaña “Ni una mujer más víctima de las redes de prostitución”. En su momento publiqué una breve reseña de su obra y vida en Kaos en la Red, que pueden leer pinchando en este enlace: En homenaje a Magdalena-González y a continuación les dejo un excelente artículo que Magdalena publicó en el periódico Página 12 de Argentina.

Patio de atrás del sexo

Una vez fundada Roma, Rómulo convoca a gente de otras comarcas para poblarla. En su mayoría concurren delincuentes, buscando mejores oportunidades que las que tienen en sus pueblos. No asisten mujeres. Entonces, los romanos convocan a los pueblos vecinos a una gran fiesta, pero estos vecinos, advertidos de la peligrosidad de los romanos, no aceptan la invitación. Sólo los sabinos, gente trabajadora y guerrera, llegan al festejo. Según un plan preconcebido de apropiación, en determinado momento los romanos se lanzan sobre las mujeres jóvenes y las secuestran. Tiempo después los sabinos, habiendo preparado su ejército, vuelven para rescatarlas. Pero ya las jóvenes estaban embarazadas o habían parido hijos y “quedarían unidas con ellos por el vínculo más dulce que pueda enlazar a los seres humanos, el de la maternidad. Debían por consiguiente moderar su rencor y dar sus corazones a aquellos a quienes la suerte había hecho dueños de sus personas” (Tito Livio, Historia de Roma, Madrid, ed. Spes).

“Los mitos cumplen una doble función en la cultura, el intento de respuesta a los enigmas que nos presenta la vida y el ocultamiento de la violencia para la justificación de algún sistema social” (New Larousse Encyclopedy of Mithology, Hamlin, Londres): es necesario no perder de vista ni la riqueza de la ficción alegórica ni la justificación y el ocultamiento de los sistemas opresivos que portan los mitos, por ejemplo el mito del Rapto de las Sabinas sobre la fundación de Roma. Su argumento refuerza a las mujeres en un lugar que aún ocupan: el de tolerar la violencia de la apropiación indebida; reforzar la unión hombre-mujer sin objeción posible de parte de ella en función de un rol que debe estar por encima de todo: la maternidad.

Este modelo de abuso, de violencia, de apropiación y de engaño es el que sostiene la explotación sexual a lo largo de la historia.

Es sólo un ejemplo de los mitos patriarcales que impregnan nuestra cultura, manipulando las mentes de los sujetos para lograr apropiarse de las riquezas de los pueblos y los cuerpos de las mujeres, que operan como mercancía: un bien más. Esto nos introduce en el tema de las mujeres como preciado botín para satisfacer a ese tipo de cultura. Según Marx, no entran ni siquiera como valor de cambio, sino de uso.

Esta característica de uso se conecta con la apropiación de las mujeres en general y, en el extremo de este continuo, prostituirlas.

Hay factores que son clave para la existencia de la prostitución:

- El sistema patriarcal productor y reproductor de la opresión, esclavización y muerte de mujeres, y básicamente de las mujeres a quienes prostituye.

- La demanda del prostituidor cliente, que determina la existencia de la prostitución.

- El imaginario social prostituidor.

- Las crisis económicas.

- El capitalismo en su fase neoliberal, como productor de esclavitud.

- El prostituidor reclutador, personaje clave para destruir la resistencia de las mujeres con el objeto de ingresarlas a la prostitución, llegando incluso al secuestro. Estos personajes, mediante extraordinarias maniobras manipulatorias que, como dice Masud Kahns refiriéndose a los sujetos perversos (Alienación en las perversiones, ed. Nueva Visión, 1987), exigen y consiguen de sus víctimas “la suspensión de la discriminación y la resistencia, en todos los niveles de la culpa, la vergüenza y la separación”.

- La globalización que propicia las redes internacionales de tráfico, produciendo el brutal incremento del secuestro, tráfico y muerte de jóvenes, niñas y niños.

- Los medios de comunicación masiva, que inducen y ofrecen modelos sexuales prostituidores, actuando sobre el imaginario social y favoreciendo la dominación proxeneta. Así se consolida la opinión pública afín a la prostitución, y se genera también su expansión, produciendo en este caso una réplica masiva de lo que hacen los proxenetas, en lo individual, para socavar la resistencia de las mujeres que prostituyen.

- El tráfico de mujeres avalado por los Estados y el sistema patriarcal-neoliberal favorecido por la globalización pretenden hacer pasar la explotación sexual como si fuera trabajo, buscando legalizar el poder obtenido mediante la violencia y el secuestro, y así incrementar aún más sus ganancias.

- La participación de sectores de los gobiernos vinculados a las redes de tráfico de mujeres que, a su vez, se relacionan con los demás tráficos (drogas, armas, etcétera).

El imaginario social prostituidor es una muestra de lo instituido. Veremos cómo la mujer está colocada en el lugar del goce del otro, no en el lugar del deseo del otro, en algunos comentarios de un grupo de hombres entre 26 y 36 años, en el curso de una investigación de imaginario social realizada con técnica de grupos motivacionales.

“Un cliente se transforma en un cliente porque paga. Está haciendo una transacción comercial.” Cuando una persona está cometiendo abuso de otra, el pago por el abuso no lo transforma en acto comercial; es un acto que priva a la otra persona de su lugar de sujeto, por lo tanto de sus derechos humanos. El pago, así, es un acto de perversión: no se pueden comprar personas.

“La mujer de uno no puede hacer cosas que la prostituta puede hacer.” La mujer en situación de prostitución tampoco puede “hacer cosas” sin sufrir daño, agravado en el caso de ella por la frecuencia y por la diversidad de prácticas perniciosas que se le exige que cumpla.

“Hay cosas que moralmente no se hacen con una persona querida, pero que con una prostituta ni lo pensás porque está para eso, no lo vas a hacer con la madre de tus hijos.”
Aquí encontramos dos aspectos disociados en la cultura patriarcal y en el individuo: la sexualidad cosificadora y el amor; el primero, depositado en la mujer prostituida, y el segundo en la mujer-madre. Además, se trata de una doble moral. Lo que él considera inmoral de sí mismo se lo impone a la mujer prostituida, obligándola porque le paga, y deposita en ella su propia inmoralidad. Lo que para estos varones no es “moral” con la persona querida es su sexualidad de dominio: con la mujer a la que prostituyen, esa “inmoralidad” queda negada.

“Yo no creo que la prostitución sea un mal. Es un mal que se lo haga público, porque puede afectar a tu familia. ¡Si vos tenés una hija y ve por la tele que se gana tanta plata haciéndolo! Y no se ve que se las atormente todo el año.” Este varón entiende que sería un mal si una hija de él cayera en esto, pero no considera que sea un mal para las que no son cercanas a él. Tiene conocimiento de la realidad: sabe que ganan plata; también sabe, pero en forma sepa-rada, que es “un tormento”. Con esa disociación justifica la acción del prostituidor y el sistema proxeneta.

“El hombre puede recurrir a la prostituta por necesidad sexual o porque le gusta. ¿Sabés por qué? Por la fantasía que uno tiene, tal vez tu novia no te hace ciertas cosas. Y vos sabés que a la otra mina le decís ‘Hacé esto’ y lo hace, porque vos le estás pagando. No te van a decir: ‘No, yo no lo hago’. Y es una fantasía que el tipo quiere que se le cumpla. Mis amigos fueron todos porque dicen que son tremendas. Bah, tremendas en el sentido de que hay morochas muy lindas. Las brasileñas son muy lindas, y las venezolanas.” Cuando este hombre expresa “‘Hacé esto’, ella lo hace porque le estás pagando”. El imaginario social prostituidor es una muestra de lo instituido. Veremos cómo la mujer está colocada en el lugar del goce del otro, no en el lugar del deseo del otro, es lo “tremendo” de sus fantasías pero, sobre todo, lo excita saber que ella está obligada a realizarlas: otra vez vemos la sexualización de la inermidad y del ejercicio del poder. Pero él no lo reconoce en sí mismo. Lo “tremendo” es desplazado y depositado en ella. Él mismo hace un intento de rectificación poniendo el énfasis en la belleza cuando dice: “Bah, tremendas... son muy
lindas”.

“Ahora que las mujeres se liberaron, uno no tiene necesidad de ir y pagar. Te ahorrás el costo.” Este joven ironiza sobre el rol de la joven que se avenga a mantener relaciones sexuales, y en general sobre la liberación sexual de las mujeres: es mal visto que ellas elijan libremente acerca de su comportamiento sexual, porque de esa manera ellos pierden el control, y muchos hombres no toleran esa pérdida, pues no accedieron a una independencia interna tal que les permita relaciones de paridad y confianza. Nuevamente vemos cómo se equipara a las mujeres liberadas del control masculino con “putas”, que en este caso no les cobran. La libertad sexual de las mujeres es entendida e implementada por estos varones como la ventaja que ellos tienen ahora para acceder a relaciones sexuales; las consideran aptas para actos sexuales casuales, con la connotación de desechables. Es otra instancia de control y dominio.

No obstante, el prostituidor-”cliente” puede necesitar a alguien que lo mire en su acto: exige un ser humano, él sabe que ella no es una cosa, pero su goce consiste precisamente en rebajarla a una condición de uso: la trata como objeto, pero espera y exige que ella, como persona, ponga la mente y el cuerpo a su servicio. Necesita de la sensibilidad de ella para satisfacer su goce, es decir, su destructividad; y la necesita, además, como testigo de su acto. Trata a las personas, sabiendo que son personas, como si no lo fueran; denigra a la mujer en tanto ella realiza actos humillantes: ese acto denigratorio, el acto de destruirla como sujeto, le produce placer.

A veces buscan mujeres por su belleza o por su educación. Estos casos evidencian que valoran a la mujer como botín: lo que ellas representan. El nexo es emblemático: él, si “la tiene”, participa ilusoriamente de las características de ella.

Este lugar desde el cual se puede acceder a la degradación del otro produce la degradación del varón en cuestión como sujeto mismo (S. Freud: “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”). Por eso la existencia de la prostitución y, en este momento, su expansión, tienen graves efectos en la cultura y la sociedad.

Es necesario advertir sobre las consecuencias que tienen estos comportamientos en las mujeres prostituidas (ver Magdalena González, “La otra tortura”, Página/12, sección “Psicología”, junio de 2005 Pincha aquí si quieres leer "La otra tortura"  ). En muchos casos, estas consecuencias son comparables a las de las personas que han sufrido tortura física y psíquica, llegando al suicidio; también, a ser víctimas de asesinato por parte de los proxenetas y prostituidores-”clientes”.

Además de los casos de prostituidores-”clientes” que, en formas difíciles de imaginar, torturan a mujeres en situación de prostitución, en todos los casos se da el proceso de desubjetivización, lo que dos mujeres en prostitución describen así: “Los clientes a veces te tratan bien, pero siempre te dan a entender que vos sos lo que sos, nunca vas a ser otra cosa”; “Te sentís basura, ellos te dejan su mierda adentro”. Esto es considerado por Jacques Lacan el peor lugar: ser objeto del goce del otro. Las mujeres sometidas a la situación de prostitución estarían, no en el lugar de objeto de deseo, sino en el lugar de
objeto de goce sádico.

El o la proxeneta han manipulado a la joven reclutada para que ilusione estar en el lugar de “la piola”, mientras ocupa el lugar de resto para ellos, para los clientes y para la mayor parte de la sociedad. Ellas viven esa dualidad mediante un proceso de renegación, intentando sostener la ilusión, pero cuando logran integrarse y de-silusionarse, lo expresan así: “Las gilas somos nosotras”.

Se viene incrementado la exigencia de los prostituidores-"clientes" a los proxenetas: así, pueden requerir mujeres cada vez menores, hasta niñas y niños pequeños. La falta de límites ha ido más allá del horror: hay varones que solicitan y obtienen bebés para abusarlos sexualmente. En estos casos está bien claro que lo que cuenta es, antes que una atracción sexual hacia los niños como tales, el goce de la inermidad, la inocencia, el sufrimiento del sujeto, el poder ejercido sobre criaturas victimizadas que ni siquiera saben qué está sucediendo.

Dice una mujer en prostitución (Integrante de Ammar, Asociación Argentina de Mujeres Meretrices Argentinas): “No hay diferencia entre la prostituta de lujo y las de la calle: los golpes son los mismos golpes, las quemaduras son las mismas quemaduras”. Y otra mujer, prostituida en el más alto nivel social y económico, dice: “En esto, límites no hay”.

Se trata de la exploración perversa, sin límites, del otro (contando con la impunidad conferida), y el deseo de dañar, de herir, de vejar la inocencia. No existe, en tal falta de límites, sino la comprobación de un poder. No hay ley psíquica y no hay peligro desde la ley social: la sociedad no la procesa esta destrucción, la reproduce, y la depredación de los más débiles no tiene freno.

En el interjuego permanente entre la sociedad y el individuo, la prostitución, como las guerras, puede verse como una forma social de la pulsión de muerte. Y podemos preguntarnos, desde la teoría freudiana: ¿es la prostitución una forma degradada de la pulsión de muerte? ¿Es el “patio de atrás” de la sexualidad?

En el mundo, anualmente, alrededor de cuatro millones de mujeres y niñas son ingresadas a la prostitución. En la Argentina, cientos de ellas son secuestradas y desaparecidas por las redes de proxenetas, y muchas han sido y están siendo asesinadas. Como expresaron los jueces del Juicio de Nuremberg sobre los crímenes de lesa humanidad, no se trata de problemas individuales, sino de un sistema que los produce.

Autora:  Magdalena González - Psicóloga e Investigadora Feminista
Fuente: Página 12, publicado el 5 de julio de 2009

viernes, 17 de diciembre de 2010

VIOLENCIA Y PLATÓS DE TELEVISIÓN - BIBIANA AÍDO

Como bien sabemos, la violencia hacia las mujeres tiene múltiples caras. A continuación reproduzco un artículo de Bibiana Aído, Secretaria de Estado de Igualdad y exministra del ahora "desaparecido" Ministerio de Igualdad, publicado en el periódico el Público, con motivo del 25 de noviembre.

Violencia y platós de televisión

Se aproxima el 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, y alrededor de esta fecha se concentran actos, conferencias, discursos y reportajes sobre esta lacra. En los últimos años hemos pasado, y debemos felicitarnos por ello, de la indiferencia al rechazo activo de una forma de violencia estructural que mina nuestros valores y pone en tela de juicio nuestras democracias.

Sin embargo, cuando finalicen las conmemoraciones de dicho día, algunos de estos discursos sonarán como las falsas monedas, porque lo son. Otros, tendrán menos influencia de la deseada y todos perderán parte de su valor.

La violencia verbal vertida contra las mujeres y las niñas a través de distintos foros y que ha arreciado con especial virulencia en las últimas semanas no es ajena a la violencia de género, sino una más de sus múltiples manifestaciones. La sufren las mujeres por el hecho de serlo y ello nos recuerda que ser mujer continúa siendo peligroso.

Decía Nelson Mandela que “cuando el agua ha empezado a hervir, apagar el fuego ya no sirve de nada”. Efectivamente, el daño ya está hecho. Sin embargo, este 25 de noviembre debería servirnos para reflexionar sobre este fenómeno de depredadores mediáticos, calumnistas profesionales –como decía Manuel Vázquez Montalbán– y titiriteros de las palabras que está plagando los medios de comunicación y la vida pública de una violencia intolerable.

Dicha reflexión debiera llevarnos a ponderar qué tipo de valores queremos para nuestra sociedad y a plantearnos por qué ocupan tanto espacio y tiempo quienes azuzan esta campaña violenta y agresiva. Y también, cabría preguntarnos quiénes son sus cómplices y qué soluciones democráticas deberíamos encontrar a esta sarta de indecencias.

Y es que la misoginia se manifiesta cada vez con mayor osadía como explicaba Soledad Puértolas en una reciente entrevista. Casi a diario, asistimos a un espectáculo donde el protagonista es la falta de respeto verbal hacia las mujeres por parte de personajes públicos, ya sean políticos, escritores superventas o incluso algún juez que ha decidido obviar las leyes y la jurisprudencia convencido de que las mentiras, a fuerza de repetirlas, se consolidan.

No voy a hacer la recopilación completa de afrentas a las mujeres. No tendría espacio ni aún ocupando todas las páginas de este periódico. La lista de quienes forman parte de la cultura del grito y la descalificación es demasiado larga. Sólo un recuerdo somero nos llevaría de las palabras de Eduardo García Serrano llamando “zorra” y “puerca” a la consejera de Sanidad del Gobierno catalán a las de Alfonso Ussía describiendo a unas manifestantes como “morsas” o “coños de vitriolo y de cianuro”. Sin olvidar las joyas de Antonio Burgos cuando describió al primer Gobierno de esta legislatura como un “batallón de modistillas ministeriales” o al enunciar aquella odiosa frase de “si juzgamos por la cara, Leire Pajín tendría que ser actriz porno”, que tal vez inspiró al alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, del Partido Popular, en sus recientes declaraciones. O las de Gustavo Bueno cuando hizo apología directa de la violencia contra mí misma cuando era ministra de Igualdad: “Habría que tirarla por la ventana”, sugirió cuando afirmé que “a la Iglesia le corresponde establecer lo que es o no pecado, pero no lo que es o no delito”.
    
Especial protagonismo ha tenido en todo este disparate Fernando Sánchez Dragó al alardear de sus relaciones con menores. Y no le ha ido a la zaga Salvador Sostres cuando en un plató de Telemadrid, en una desconexión pero en presencia de escolares, hacía referencia a sus preferencias sexuales con las chicas de 17, 18 y 19 años en unos términos vomitivos.

Ese festival de desprecio a las mujeres y las niñas pretende ampararse en la supuesta privacidad de ciertos espacios aunque sean tan públicos como un estudio televisivo. En realidad, se trata de fuegos de artificio para distraer del fondo de la cuestión. Y es que no se trata de simples excesos verbales sino que reflejan un imaginario excluyente y despectivo que sirve para alimentar la
desigualdad que es la base de la violencia de género.

A veces esos propagandistas del machismo se escudan en la libertad de expresión, lo que supone un claro agravante a sus casos, a menudo reincidentes. La libertad de discrepar o de opinar implica el respeto a los derechos y a la dignidad de todos y de todas. Quien habla, quien da argumentos, quien sabe confrontar sus ideas no necesita recurrir al insulto, la descalificación y la violencia verbal. Estas artimañas son un abuso del poder que otorga la ventaja de disponer de altavoces mediáticos por parte de quienes desprecian a las mujeres, a quienes consideran intrusas en el mundo público. Pretenden escudarse en el concepto de libertad para, en sentido contrario, menoscabarla.

Estoy convencida de que, a pesar de tan sonados altavoces, estarán condenados al fracaso quienes necesitan demostrar su presunta superioridad frente al gran esfuerzo personal y colectivo de una sociedad que cada día trabaja con más afán en conseguir que hombres y mujeres sean dueños de sus vidas en función de sus talentos y capacidades.

Este 25 de noviembre debería servirnos para reflexionar sobre el resurgir del viejo sexismo bajo una apariencia nueva. Un sexismo que tiene nombres y apellidos y también tiene cómplices en quienes lo defienden y en quienes le dan soporte.

Es el momento de que la mayoría de la sociedad, que creemos en la igualdad y en la libertad, desenmascaremos a quienes, a estas alturas de la historia, hacen impunemente apología de la desigualdad y de la violencia contra las mujeres.

Autora: Bibiana Aído, Secretaria de Estado de Igualdad
Fuente: Publicado en Público, el 23 de Noviembre, 2010, p. 7.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

FALSEDADES SOBRE LA PROSTITUCIÓN - LIDIA FALCÓN

Aprovenchando el hecho de que el próximo 14 y 15 de diciembre, rendiremos un merecido homenaje a la trayectoria de Lidia Falcón en Madrid, a continuación incluyo un artículo que fue publicado en la revista Poder y Libertad en el 2003.
Para más información sobre el homenaje te invito a mi blog personal donde he colgado ambos programas y una breve biografía de Lidia.
Para acceder sólo tienes que pinchar en este enlace:  



FALSEDADES SOBRE LA PROSTITUCIÓN

Nos encontramos en un momento histórico en que se produce un fenómeno impensable hace solamente cincuenta años: Que se haya permitido, con el beneplácito de todos los poderes sociales, que se desarrolle una campaña de gran difusión entre los sectores políticos e intelectuales de nuestro país para que se considere la prostitución como un oficio igual a cualquier otro, perfectamente admisible socialmente, por lo cual resulta imprescindible legalizar su ejercicio.

Los argumentos utilizados para ello tienen varias vertientes: económica, social, laboral y personal, que se basan en falsedades y sofismas, que por repetidos comienzan a hacer mella en los débiles criterios de nuestra ciudadanía.

LAS FALACIAS DE LOS ARGUMENTOS PRO LEGALIZACIÓN


Las ventajas económicas

Muy insistentemente, hasta el punto de que está logrando incidir en el criterio de las gentes desorientadas, se repite el argumento de que las mujeres prostituidas, deben ser consideradas como trabajadoras de cualquier otro sector de la producción, y de que escogen esta “profesión” libremente. Alegan no sólo que es una buena fuente de ingresos, sino que con la prostitución ganan más dinero que en otras profesiones, lo que les permite vivir en condiciones económicas desahogadas, comprar vivienda, disfrutar de mejor calidad de vida y darles a sus hijos una educación esmerada.  Es decir, ofrecen a la opinión pública la imagen de que la prostitución es una profesión lucrativa, que les ofrece a sus “trabajadoras” grandes oportunidades para disfrutar de abundancia económica. Esta imagen es absolutamente falsa. 
 La mayor parte de los ingresos que se obtienen con este tráfico sexual van a parar a las manos de los chulos, proxenetas, de los empresarios de los burdeles, pubs, clubs de carretera, casas de masaje, y de los macarras que dominan a las mujeres que hacen la calle. Aquella mujer que crea que cualquier mujer puede ganarse la vida ejerciendo la prostitución por su cuenta, que lo pruebe. Que salga a la calle, se sitúe en una esquina para atraer a los hombres, que es lo más barato, para ello no hace falta ninguna inversión ni montar un establecimiento adecuado, y comience a llamar a los clientes. Antes de media hora habrá aparecido un chulo y la habrá conminado agresivamente que responda a preguntas como éstas: ”¿Cómo estás tú aquí? Yo no te conozco. Tú, ¿por cuenta de quién trabajas?,  ¿dónde está tu chulo? ¿Dónde está tu amo? Con nosotros no ha hablado. Dile que venga a hablar conmigo, porque esta esquina es mía.”
En algunos países, donde la persecución de la prostitución se ha tomado en serio, algunas mujeres policía se han disfrazado de prostitutas y apostado en la calle. Pretendían conocer la organización mafiosa y llegar hasta los capos que dominaban aquel barrio o aquel lugar de la ciudad.  Y se han llevado a la fuerza a todas las que lo han intentado sin protección. En el caso de las mujeres policías, éstas suelen tener protección de sus compañeros. Las vigilan desde algún coche cercano, y en algunas ocasiones han podido detener a los intermediarios, que son, naturalmente, los de más baja categoría, pero se han dado casos en que esa protección ha sido ineficaz y ha desaparecido la mujer que ha intentado hacer de gancho.
Las mujeres prostituidas tienen apenas lo suficiente para su subsistencia. Los proxenetas no les dan ningún dinero.
Se está engañando a la opinión pública asegurando que las mujeres prostituidas perciben ingresos mensuales muy superiores a los de las obreras, mujeres de limpieza o secretarias, incluso que pueden llegar a ganar grandes cantidades de dinero. Resulta penoso pensar que haya quien pueda creer que las prostitutas en los burdeles, en las casas de masajes, en los puticlubs de carretera, en los pubs y cabarets van obtener ingresos muy sustanciales. 
Por el contrario, la inmensa mayoría de las prostituidas no perciben dinero alguno de sus proxenetas, chulos y macarras que son sus secuestradores. A las que están encerradas en locales determinados, los propios guardianes y macarras les compran los cosméticos, la ropa interior y otros aditamentos que necesitan para su tarea. Muchas veces las mujeres ni siquiera disponen de ropa normal. No tienen vestidos que puedan usar en la calle, sino únicamente batas trasparentes, tangas, lencería fina, zapatos de tacón alto, porque nunca pueden salir a la calle. De esto ha informado la prensa cuando alguna ha podido escaparse. En casos excepcionales la mujer ha huido por una ventana o ha salido con el auxilio de algún cliente, y ha aparecido en la calle o en la comisaría de policía vestida en ropa interior, porque era la única ropa que tenía.
El dinero lo reciben, naturalmente, los proxenetas, y son ellos y sus gorilas los que controlan totalmente la movilidad de estas mujeres, a las que retienen el pasaporte, les quitan la documentación para que no puedan moverse, las aíslan de su familia o de los amigos o de quienes puedan ayudarlas, y la norma general es trasladarlas continuamente de un lugar a otro, de tal modo que tampoco puedan hacerse amigas de las otras compañeras de desgracia, ni trabar amistad con algún cliente, que quizá pudiera ayudarlas. Tanto en la esquina de una calle o en los parques y en las casas de masaje, la estrategia es ir intercambiándolas continuamente. Ellas mismas, cuando se ha liberado de esta esclavitud han contado que no han estado más de mes y medio  o dos meses en cada sitio.
La segunda mentira es difundir la idea de que la prostitución no es más que un trabajo, tan regular y habitual como otro cualquiera.
Situémonos, por tanto, ante la perspectiva de legalizarlo. Siguiendo las normas vigentes laborales debemos contemplar las condiciones del contrato de trabajo y del  convenio colectivo de ese “sector”. El Estatuto de los Trabajadores, los contratos de trabajo y los convenios colectivos de las diversas profesiones, establecen las actividades de cada categoría profesional, sus deberes y derechos. Debemos preguntarnos, en consecuencia, cuales serán las condiciones que se estipularán en el contrato de trabajo y en el que deberán constar determinadas puntualizaciones necesarias: Las horas que deberán dedicar las prostituidas a soportar relaciones sexuales indeseadas, el número de hombres que tendrán que recibir cada día, las remuneraciones que percibirán, según sean contadas por horas, por la cantidad de hombres o por la diversidad de actividades sexuales. Así, es de suponer que la que deba atender a 20 hombres ganará menos que la que lo haga con 40 y más que la que cuente 10.
Acaso estipularán que las que se sometan a un coito anal cobrarán más que cuando soporten un coito vaginal. Quizá el coito bucal será más barato, y me despierta la curiosidad conocer a cuánto se cotizará el sadomasoquismo. Finalmente, ¿a qué precio se señalará cada “servicio normal” en las casas de lenocinio “normales”? ¿cual será la escala de salarios que se le aplicará?, ¿la más baja, correspondiente a la de la mujer de limpieza, dada la innecesariedad de cualificación profesional? ¿O se tallará y pesará a las mujeres como al ganado, o se las escogerá en concurso público, una variante del antiguo mercado de esclavas, según la edad y las características físicas?. En definitiva, si ha de cobrar igual o parecido que la mujer de limpieza por hora de trabajo, y las tareas que se le exigen son las que ya sabemos, sin duda será mucho mejor dedicarse a la limpieza.
Es preciso también precisar si las mujeres prostituidas dispondrán de los servicios generales de los demás trabajadores, de tal modo que en el momento en que se encuentren en paro podrán ir al INEM a solicitar un empleo en un burdel o a pedir el ingreso en otro diferente, y el INEM deberá tener una bolsa de trabajo entre las ofertas se puedan plantear. En consecuencia, dentro de esta hipótesis, cabe la posibilidad de que a cualquier mujer que se encuentre en el paro, aunque previamente haya trabajado siempre en fábricas u oficinas, se le podrá ofrecer el “empleo” en un burdel. Si no tiene trabajo en el sector en que se ha formado, puede sin embargo ser prostituta.
          Otro aspecto de la cuestión: las prostitutas, ¿deberán poseer formación profesional? ¿tendremos que instalar centros de enseñanza de prostitutas, y las niñas cuando terminen la enseñanza primaria a los 14 o 15 años, podrán ir allí aprender las mejores formas de satisfacer la sexualidad de los hombres que las paguen? Siempre que se sea más experta se podrá ganar más dinero.
No estoy fantaseando. Pretendo analizar y poner de relieve ante los espíritus simples que pueden llegar a ser convencidos con los argumentos de las y los que defienden la campaña por la legalización de la prostitución, el panorama con el que nos encontraríamos si se establecieran contratos de “trabajo” en tales condiciones. 

Una falacia más es la de afirmar que la prostitución constituye un negocio para todos: empresarios y trabajadoras. La libertad como supuesto indiscutible de este contrato de trabajo.
 La prostitución únicamente es un negocio rentable para los empresarios. Por supuesto ya sabemos que en un sistema capitalista los únicos que ganan plusvalías son los patronos. En este caso la plusvalía es inimaginable. Porque no se puede calcular el beneficio en términos de producción de bienes. Aquí no se trata de producción de bienes ni de servicios. Estamos hablando de entregar toda la persona, como en la esclavitud. Porque el cuerpo es la persona misma y no un trozo de la misma. En tal sentido, mucho mejor que yo, Carlos París analiza en un espléndido artículo en este mismo número la identificación de cuerpo con identidad personal.
Se afirma también que las mujeres “contratan” con total libertad. La libertad del pobre. El 99% de las prostitutas, como nos enseñan todas las estadísticas mundiales, son pobres, nadie puede imaginarse que se sea prostituta por vocación, ni por afición.
¿Qué libertad es la que poseen mujeres que no tienen qué comer, que no pueden alimentar a los hijos o, que, en tantísimos casos, han sido ya violadas por los hombres de su entorno desde la infancia o la pubertad? Y esa es, digan lo que digan, la historia habitual de la prostitución.
El 99 % de las mujeres son pobres, están humilladas, han sido vejadas en su dignidad de persona. No se consideran por tanto iguales a las otras más afortunadas. Y nuestra sociedad, cuando legalice la prostitución, seguirá sin considerarlas dignas de compararse con las mujeres decentes.
Lo que se está estableciendo, clarísimamente, son, por lo menos, dos clases de mujeres, existen por supuesto otras más, porque las clasificaciones de la miseria y de la indignidad son varias, pero por lo menos dos: las prostitutas y las que no lo son. Y las que no lo son, y que desde el feminismo, en esta triste polémica, están defendiendo la legalidad para las prostituidas,  piensan que esa explotación y ese estatus social está bien para “las otras”. Lo que no se plantean nunca es ser ellas mismas prostitutas o sus hijas o su hermana o su madre.

De la represión a la corrupción. Tenemos que hablar de moral.
Yo creo que en nuestro país es necesario hablar de moral. Nuestro país ha vivido una historia muy singular. Inició una evolución política, económica, social, cultural podríamos decir similar o pareja a la de otros países europeos a principios del siglo XX hasta el año 36. Y el año 36 se quebró, no se si para siempre, aquel camino de desarrollo económico, de desarrollo en todos los terrenos, desde el científico hasta el ético, que había iniciado unas décadas atrás. En ese desdichado momento nos hundieron en la barbarie. Sufrimos cuarenta años de una dictadura fascista que ha erradicado no solo de nuestras leyes y principios sociales  la igualdad, la libertad y la solidaridad, sino también, y más desdichadamente, de nuestra conciencia. Que ha borrado, ha difuminado las fronteras de lo que es moral y lo que es inmoral, y está propiciando que se desprecie a todo aquel plantee esta cuestión.
 Al concluir la dictadura recuperamos un remedo de democracia- ésta no es la misma democracia que la del año 36, por supuesto. A partir de 1978 se nos concedieron algunos rasgos democráticos. Y pasamos de la represión sexual, absolutamente oscurantista y medieval que había dominado la dictadura, a la corrupción. A partir de ese periodo nuestro país ha perdido las referencias morales. No tiene normas de comportamiento, especialmente en lo que se refiere a la moral sexual y a la relación entre hombres y mujeres. Desde los primeros años de la transición, sufrimos una irrupción de pornografía absolutamente delirante. Se vende en todos los quioscos, se exhibe en todos los escaparates, en los programas de televisión, en los cines, en los anuncios, al alcance de cualquiera, hasta de los niños más pequeños. La televisión no para de ofrecer no sólo desnudos sino toda clase de exhibición de cuerpos humanos, especialmente femeninos, sin límite. Las películas pornográficas se programan en las cadenas privadas, sin ninguna clase de control, a cualquier hora y en cualquier canal.
Incesto, proxenetismo, perversión de menores, estupro.
       Una de las pruebas de que el nuestro es un país amoral, es que el incesto no es delito en España. Lo curioso, si pudiéramos calificarlo de tal manera, es que tampoco lo era bajo la dictadura. A aquel régimen de represión moral y sexual terrible no le parecía ni bien ni mal que se tuvieran relaciones sexuales entre los padres y los hijos, o entre los hermanos.  Más lamentable es que cuando alcanzamos este remedo de democracia de que hoy disfrutamos tampoco se defina el incesto en nuestro ordenamiento legal, ni se le incluya en las leyes penales. Creo que es el único país que padece semejante carencia. Por supuesto no en toda Europa y mucho menos en Estados Unidos, ni en Latinoamérica.
Pero a mayor abundamiento, cuando se elabora el último código penal del año 95, el llamado “Código Penal de la Democracia”, que se estuvo debatiendo y elaborando durante varios años y que parecía iba a constituir el gran triunfo del progresismo, tal como se defendió por parte de los ministros socialistas, y especialmente por Juan Alberto Belloch, en aquel momento Ministro de Interior y de Justicia, se suprime el delito de proxenetismo. Es decir, que aquel que explota sexualmente a otras personas no es un delincuente.
Con la misma intención, y en el mismo acto, se elimina el delito de perversión de menores. Con lo cual, en el primer episodio de tal conducta con el que la justicia se tropieza inmediatamente después de que haya entrado en vigor el código, el descubrimiento de la red de pornografía infantil que se había montado en Valencia, y que había dado muy buenos beneficios a una serie de indeseables que distribuían fotos e imágenes con escenas con niños desnudos en toda clase de actitudes lascivas, obscenas, e incluso realizando actos sexuales, no se puede procesar a los autores,  porque esas actividades no se hallan incluidas entre las conductas delictivas.
Se ha eliminado también el delito de estupro. En lo que tuvieron un gran interés los llamados progresistas. El delito de estupro estribaba en que una persona mayor de edad mantuviera relaciones sexuales con un menor de edad, con consentimiento por parte de éste. Establecida la mayoría de edad en los 18 años, se consideraba que hasta esa edad  se podía ser sujeto de seducción por parte de una persona mayor, dada la falta de madurez mental de aquel. Se tenía en cuenta que una de las contradicciones más difíciles de superar para el desarrollo de la persona, es que los seres humanos alcanzan la madurez sexual y  la capacidad reproductora mucho antes que la madurez emocional y la comprensión intelectiva.
Pues bien el nuevo Código Penal elimina el delito estupro y considera que se puede prestar consentimiento sexual con plena capacidad de elección a partir de la edad de doce años, aumentada posteriormente, a propuesta del Partido Popular, ¡a los trece!. A partir de tan madura edad, los niños o niñas que sean seducidos por cualquier ser humano de veinte o de cuarenta años, y consientan mantener relaciones sexuales con él o ella, porque el capricho, la fantasía o la falta de conciencia que se padece a esa edad los induzca, no tienen ninguna clase de protección legal.

Civilización
Las sociedades cuanto más evolucionadas son, más normas se dan. Pensar que una sociedad progresista no acepta represiones de ningún tipo es un disparate. Un disparate que los progres, estos progres a la violeta de los últimos años, han estado difundiendo. Si nos fijamos en las normas sociales y en los códigos legales, las leyes establecen el retrato de la sociedad, veremos que en el siglo XIX existían menos represiones que en la actualidad. Y no digamos si nos remontamos a la Edad Media donde regía la barbarie. En el siglo XIX nadie pensaba en proteger a las mujeres, ni a los niños, ni a los trabajadores, ni al medio ambiente ni a los animales. A medida que avanzamos en la comprensión de que la felicidad y el bienestar de los seres humanos deben ser fines sociales, que tienen que estar protegidos y regulados por toda la sociedad, y que para evitar y neutralizar a los depredadores, criminales y  explotadores de toda laya que proliferan en el salvaje mercado de bienes y de personas, hay que darse normas, y normas cada vez más severas, que vayan estableciendo las reglas de las relaciones humanas, alcanzamos mayor grado de civilización.
No es ninguna casualidad que en Suecia se haya aprobado una ley que prohíbe la prostitución y que además pena, en alguna medida, al prostituidor. No es casualidad que Suecia sea un modelo de avance y civilización en nuestra era.

La sexualidad de las prostitutas.
No sé si los y las defensoras de la legalización de la prostitución contemplan la posibilidad de que las prostitutas tengan una sexualidad humana. No sé si esa hipótesis ha desfilado alguna vez por su pensamiento, pero en todo caso nunca he podido averiguar cómo la imaginan. Porque ¿alguien puede creer que un ser humano que tiene que aceptar obligatoriamente relaciones sexuales, de cualquier tipo, con veinte o veinticinco personas cada día, durante no sé cuantos años de su vida útil, puede realizar  su propia sexualidad?¿Quizá creen que las mujeres prostituidas la desarrollan mientras los hombres las utilizan como objetos, en la búsqueda de su propio placer atrofiado? ¿Quizá suponen que esas mujeres después de haber tenido que soportar el abuso de su cuerpo y de su sensibilidad diariamente durante varias horas, que a veces se prolongan todo el día o toda la noche, con hombres desconocidos, de cualquier apariencia, edad, condición y trato, cuando regresan a su casa, si la tienen- no hablamos de las que están secuestradas en burdeles y clubs de carretera-, pueden encontrarse con un amante y sentir placer en una relación libre de su propio estigma?  No hacen falta grandes estudios psicológicos, psiquiátricos o sexólogicos para saber como la prostitución solamente conduce a la humillación personal de la víctima y por supuesto a matar su sexualidad. Las mujeres víctimas de la prostitución no pueden saber, ni entender, ni comprender, cómo se realiza una sexualidad placentera, voluntaria y gratuita  que es la que pretendemos disfrutar las demás mujeres.
La sexualidad de los prostituidores
También tenemos que hablar de la sexualidad de los hombres que prostituyen a las mujeres, la sexualidad de los clientes. Hombres que satisfacen su necesidad de placer con un coito que dura veinte minutos, a cualquier hora del día o de la noche, con una mujer desconocida, mediante la entrega de dinero. La sexualidad de hombres que acuden en coche, paran un momento en una esquina, meten a la mujer en el vehículo y le ordenan que le haga una mamada, concluyen en pocos minutos, echan a la mujer del vehículo, se secan, se arreglan la ropa y se van a la oficina o a su casa disimulando la experiencia que acaban de vivir. Tales hombres ¿qué clase de sexualidad poseen? ¿qué personalidad tienen? ¿Cómo se relacionan sexualmente con la esposa, la amante, la novia? Y, ¿cómo se relacionan con los demás seres humanos? ¿Qué clase de comunicación establecen con los amigos, con los familiares, con los compañeros de trabajo, si son capaces de satisfacer la sexualidad, que es una de las condiciones más importantes de la persona, de modo tan perverso?
En el relato, un libro magnífico, de las Memorias de una prostituta francesa, de los años setenta, la protagonista explicaba que en un periodo de su terrible vida, la mafia que la poseía en propiedad la había trasladado a un burdel de París al lado de Les Halles, anteriormente el mercado central. Los descargadores del mercado que llegaban a las 6 o  las 7 de la mañana, primero se tomaban en el bar una bebida fuerte y luego se metían en el burdel. Era un burdel modesto, para trabajadores, donde a la entrada del local, como en un hotel, había un mostrador con un empleado que les cobraba previamente y les entregaba una toalla y una placa con un número. Ellos a continuación subían la escalera en busca de la habitación de la prostituta a donde tenían que ir, cuyo número estaba en la chapa. La autora explicaba que recibía tantos hombres al día que no tenía tiempo de vestirse. “Yo les esperaba desnuda con la vaselina en la mano”. El hombre entraba, cerraba la puerta, descargaba su excitación en unos 10 o 15 minutos, y se iba, abrochándose el pantalón mientras bajaba por la escalera, cuando ya subía otro. De tal manera se aliviaban a cualquier hora desde las 6 o 7 de la mañana hasta a las 6 o 7 de la tarde, antes o después de haber realizado un trabajo penoso y duro. De tal modo descargaban en una mujer, a la que apenas le concedían la categoría de ser humano, su cansancio, sus frustraciones, el aburrimiento de una vida sin horizontes, exactamente igual que si se tomaran una bebida, una droga, un estimulante para poder seguir viviendo.

El debate sobre la sexualidad

En nuestro país, además de la moralidad de la que hablaba hace un momento, se ha perdido el debate sobre la sexualidad que necesitamos y deseamos. Una sexualidad que teníamos que recuperar después de los oscurantistas años de represión, de silencio y de toda clase de sufrimientos que nos inflingieron las enseñanzas católicas y la persecución social.
El Movimiento Feminista en los años 70 desencadenó este debate. Entonces lo desarrollamos con gran intensidad y profundidad. Se trataba sobre todo de acabar con la explotación sexual de la mujer y la falta de respeto por su placer sexual. Pero en el día de hoy este debate se ha olvidado, como si ya no existiera ningún problema. Mientras la sexualidad se ejerce por parte de un número cada vez mayor de hombres de forma venal. Porque considerar que la sexualidad se puede satisfacer pagándole a alguien para que esté a tu servicio un  rato, es corromper la sexualidad.
Los seres humanos pueden hacer muchas cosas detestables por comer, porque sin comer no se puede vivir. Se pueden sufrir muchas humillaciones por darle de comer a quien tú quieres, a tus hijos, a tus padres, a la gente que depende de ti, porque estás defendiendo su vida. Pero por tener relaciones sexuales no hay que humillarse, porque por no tener relación sexual no se muere nadie. Y corromperla hasta al punto de  pagarla, es tener una idea de la sexualidad completamente pervertida, completamente desviada de la función que tiene. Que no solamente es una función fisiológica sino también de comprensión, de comunicación y de plenitud del ser humano. Lo que depende también de que decidamos qué clase de seres humanos deseamos ser.

La dignidad humana
La última reflexión que voy a hacer hoy es sobre la dignidad humana. En este tema de la prostitución sólo se habla de dinero. Y para obtenerlo parece lícito suponer que el cuerpo se puede vender igual que se vende cualquier objeto.
Pero esta escala de valores, esta estratificación patriarcal y medieval de las mujeres no la podemos aceptar nosotras. No se puede aceptar desde el feminismo una semejante concepción de valores humanos en nuestra sociedad. Nos estamos jugando para el futuro una sociedad sin principios, sin normas, sin dignidad humana.
Por lo tanto, aunque en el debate que se pudiera entablar la ciudadanía decidiera que la prostitución se debe aceptar, para mi seguiría siendo inaceptable. Porque en las cuestiones de dignidad humana y de moral no siempre tiene razón la mayoría.
Luchar contra la indignidad, luchar contra la explotación de los seres humanos, luchar contra la opresión, ha sido la tarea siempre de una vanguardia pequeña, de gente esforzada, de gente que muchas veces ha sido víctima de esa lucha, perseguida por su defensa de la igualdad y de la dignidad. Pero sin embargo tenían razón. Y sea quien sea el que decida que se tiene que aceptar ese infame comercio, yo seguiré diciendo que es inaceptable. Y no me importan las votaciones que se realicen, y no me importan los resultados electorales, ni las mayorías que se puedan obtener, porque muchas veces las sociedades se han suicidado. Plantear que para que continúe nuestra sociedad española en la corrupción y la falta de normas morales que padece, deba existir un sector de mujeres, y tantas veces de niños y de hombres, que tengan que ser explotados sexualmente, para mí seguirá siendo inaceptable.

Autora: Lidia Falcón
Fuente: revista Poder y Libertad, Nº 34, 2003.
Si quieres obtener un ejemplar de la revista visita la  web de Vindicación Feminista en http://www.vindicacionfeminista.com/

jueves, 2 de diciembre de 2010

BASTA YA DE VIOLENCIA PATRIARCAL: LA REALIDAD AUSTRALIANA

La violencia machista se ejerce en todos los rincones del mundo, incluso en los países denominados del "primer mundo". Aquí les dejo un artículo sobre la realidad australiana...




¡Basta ya, de violencia patriarcal! La realidad australiana *



El reconocimiento de que la violencia hacia las mujeres es una manera de perpetuar el dominio de una mitad de la población sobre la otra ya va calando en casi todas las sociedades modernas. Sin embargo, en el siglo XXI, la violencia machista continúa cobrándose miles de víctimas alrededor del planeta; las violaciones siguen estando a la orden del día; la mutilación genital aún se practica en muchos países así como los matrimonios forzados; la pornografía nos rodea a diario y el tráfico de mujeres destinadas a la prostitución se ha convertido en uno de los negocios más rentables junto al de la droga y el de las armas.

Es verdad que las sociedades han avanzado y que las mujeres, gracias al Movimiento Feminista, hemos conseguido más derechos, pero incluso en los países más desarrollados aún existe la lacra de la violencia machista. Basta con citar la estremecedora cifra de violaciones en Estados Unidos, donde cada 90 segundos una mujer es violada (US Department of Justice, 2000). Australia, otro país considerado muy avanzado, tampoco está exento de esta violencia.

Violencia doméstica

En Australia se han realizado tres importantes encuestas nacionales sobre la incidencia de la violencia de género, pero aunque las estadísticas ayudan a comprender la magnitud del problema la mayoría de las víctimas aún no la denuncian a las autoridades. Según los resultados obtenidos por la Oficina de Estadísticas Australianas en el 2005, el 36% de las mujeres agredidas físicamente por un hombre lo denunció a la policía, mientras que en la anterior encuesta de 1996, sólo un 19% lo había hecho.

Uno de cada cinco asesinatos ocurre entre parejas, y cada año se registra un promedio de 77 asesinatos que derivan de la violencia doméstica (Periódico The Age, 2004). Considerando que la población australiana ronda los 22 millones, 77 muertes anuales resulta una cifra alarmante. El 75% de estos asesinatos son perpetrados por los maridos o ex parejas y, como en España, la mayoría asesina a su mujer por que ésta ha decidido abandonarle o porque éste cree que le ha sido infiel. El 25% de los asesinatos son perpetrados por mujeres, que en su gran mayoría han sufrido malos tratos durante un largo periodo.

El estudio de 1996 demostró que un 38% de las mujeres con edades entre los 18 y 24 años había experimentado algún incidente violento, comparado con un 15% de las mayores de 45 años. En la encuesta del 2005 sin embargo las mujeres jóvenes que habían experimentado violencia se traducía en un 26% y las mayores en un 25%. Lo que estas estadísticas no aclaran es si las jóvenes son más propensas a sufrir agresiones o si están más dispuestas a denunciarla que las mayores.

Ambas encuestas nacionales y un estudio del Royal Women’s Hospital de Melbourne concluyen que el embarazo es un periodo de gran vulnerabilidad para las mujeres. En el estudio de 2005, el 59% de las que habían padecido algún tipo de violencia habían estado embarazadas en algún momento; de éstas, un 36% denunció haber sido agredida durante el embarazo y un 17% declaró haber sido agredida por primera vez al quedarse embarazada.

 

También hay que tener en cuenta que la violencia en el hogar no sólo la sufren las mujeres, ya que a menudo las parejas tienen hijos que desde pequeños son testigos de los abusos y las palizas, y en un 25% de los casos también sufren abusos infantiles. Según el estudio de 2005 las niñas menores de 15 años conforman el 12% de las víctimas de abuso sexual, comparado con un 4.5% de los chicos.


Violencia Sexual

Los ataques de índole sexual, especialmente las violaciones, son un reflejo más de la expresión de control y hostilidad que algunos hombres sienten hacia las mujeres. Al igual que la violencia doméstica, las denuncias de violencia sexual muchas veces no salen  a la luz. Incluso en Australia, las mujeres agredidas sexualmente no se atreven a denunciar por vergüenza y por miedo a ser estigmatizadas y culpabilizadas. Según varios estudios un 81% de los casos no son denunciados. De las mujeres que sufrieron violencia sexual, sólo el 19% lo denunció a las autoridades en el 2005 y un 15% lo hizo en 1996. Tampoco es sorprendente que no lo denuncien cuando sólo uno de cada diez juicios por violación acarrea una condena (Centro de Apoyo a Supervivientes de Violaciones e Incesto de Brisbane).

Un 82% de las víctimas de agresiones sexuales son mujeres y el grupo de mayor riesgo son las jóvenes entre los 15 y 19 años, seguidas por las de entre 10 y 14 años (ABS Recorded Crime, 2003). El 97% de los agresores son hombres (estudio del Royal Women’s Hospital, 2006).

Según el Informe del Instituto Australiano de Criminología (AIC, 2003), un 65% de las agresiones sucede en el hogar de la víctima o en el de su agresor; un 9% ocurre en sitios públicos y un 7% en la calle. El 78 % de las víctimas conocía a su agresor. Queda claro que las estadísticas echan por tierra algunos de los mitos más perpetuados en el ideario machista, que las mujeres “deben tomar precauciones y no salir de noche ni vestirse de manera provocativa” y que la “mayoría de los violadores son desconocidos”.

Prostitución
A lo largo de los años hemos oído que “la prostitución es el oficio más antiguo del mundo y se ha practicado en todas las sociedades”, y las feministas añadimos que “el control del cuerpo de las mujeres, las violaciones y la esclavitud también se han dado en todo el mundo durante siglos...” ¿Pero por eso debemos seguir aceptando estas prácticas? Está claro que no, además, es interesante resaltar que en Australia, en las sociedades aborígenes antes de la invasión europea, la prostitución no existía. No se intercambiaban servicios sexuales ni por dinero ni por bienes materiales (Raelene Frances, The History of Female Prostitution in Australia, 1994).

A pesar de que el gobierno legisla para proteger a las mujeres de las agresiones masculinas resulta contradictorio que por otra parte legalice una de las formas más atroces de humillar, controlar y agredir a las mujeres – la prostitución. ¿Cómo se puede esperar que los hombres consideren a las mujeres como seres iguales a ellos cuando se ha incentivado el comercio sexual y cosificado el cuerpo de las mujeres legalizando la prostitución? En Australia se penaliza la prostitución callejera a nivel nacional, pero su ejercicio en prostíbulos y en clubes es legal en varios Estados.

El argumento para legalizarla en prostíbulos era que resolvería el problema de la prostitución callejera, que erradicaría la violencia a la que las mujeres estaban expuestas y que eliminaría el crimen organizado y el tráfico de seres humanos. Sin embargo el tráfico de mujeres sigue siendo un problema y ha aumentado para abastecer la proliferación de nuevos prostíbulos. Sólo en 1999 el número de burdeles ilegales se triplicó. Se suponía que las mujeres con “espíritu empresarial” crearían sus propios burdeles donde gozarían de muchas ventajas al estar al mando, pero la realidad es que la gran mayoría de burdeles son controlados por mafias que practican la trata.

Un estudio de la Universidad Queensland, demostró que sólo el 10% de los burdeles son legales, y el 90% son clandestinos. Los dueños de los burdeles legales también suelen regentar varios burdeles ilegales de forma simultanea. Burdeles que en su mayoría se abastecen de mujeres filipinas, tailandesas, indonesias y malayas, que han sido introducidas en el país de forma ilegal. El último informe publicado por el Instituto Australiano de Criminología (2009), revela que el 95% de las víctimas del tráfico de personas son mujeres destinadas a la prostitución.

Lo más alarmante de la situación es que la legalización de la prostitución ha conducido a su normalización. Dado que el Estado avala y permite su ejercicio, es “normal” que los hombres se sientan justificados en su derecho a comprar el cuerpo de las mujeres como cualquier objeto de consumo. Resulta bastante paradójico que el gobierno dicte leyes de igualdad de género y que por otra parte se beneficie de la comercialización de los cuerpos de las mujeres a través de los ingresos que percibe de los “empresarios del sexo” (impuestos, tasas de las licencias, etc.).

La normalización de la explotación de las mujeres en la prostitución ha llegado a tal punto que incluso las fichas y los bonos que se ganan en el Casino de Victoria (apadrinado por el gobierno) pueden ser intercambiados por “servicios” en los burdeles de la zona (Mary Sullivan & Sheila Jeffreys). Desde su inauguración en 1997, el número de burdeles en la zona ha aumentado considerablemente, así como han aumentado en un 30% sus servicios diurnos.

En Victoria incluso existen burdeles que “respetan los derechos de los discapacitados”. Uno de estos prostíbulos, el “Palacio Rosa”, está específicamente adecuado con camas más bajas de lo normal, duchas adaptadas y espacio para sillas de ruedas. Los “clientes” son acompañados por un “cuidador” que también participa en la transacción o bien de forma activa o como mirón.

“Mail-order brides” – Novias por correo
Para concluir quisiera comentar otro fenómeno que afecta principalmente a las mujeres filipinas. Las autoridades, alarmadas por la alta incidencia de asesinatos en el ámbito doméstico, realizaron un estudio que reveló que el 70% de las mujeres filipinas que habían emigrado en los años noventa habían sido avaladas como novias o esposas de australianos. El estudio reveló que existían 111 apadrinadores en serie, que apadrinaban a una mujer y cuando su visado de turista vencía, apadrinaban a otra, incluso se descubrió el caso de un hombre que había apadrinado a más de siete mujeres. En la gran mayoría de los casos, las mujeres se convertían en víctimas de la violencia. Los hombres que avalaban a estas mujeres lo hacían como una mera transacción comercial. Compraban a una mujer para poder usar y abusar de ella durante seis meses y luego la cambiaban por otra.

Está claro que  a pesar de las diferentes estrategias adoptadas para combatir la violencia hacia las mujeres: campañas de sensibilización, refugios para las afectadas, órdenes de alejamiento, etc.,  el problema sigue existiendo. Aunque estas medidas puedan ser útiles no previenen el origen del desprecio hacia las mujeres, sobre todo si los hombres se sienten legitimados a comprar y abusar de las mujeres en la prostitución. Ya es hora de que los gobiernos adopten medidas firmes para que realmente se implante por ley la igualdad entre ambos sexos. El mensaje es claro: ¡Basta ya, de violencia patriarcal!

Autora: Silvia Cuevas-Morales
Fuente: Revista Maginaria, editada por la Delegación de la Mujer del Ayuntamiento de Sevilla (Nº 5, Diciembre de 2009).