martes, 21 de junio de 2011

LA VIOLACIÓN EN PRIMERA PERSONA - CLAUDINE SIMMONS

Foto Archivo Vindicación Feminista

Hace casi un mes que no he actualizado este blog por razones personales, pero hoy vuelvo con un nuevo texto para concienciar y seguir luchando contra la violencia machista. A pesar del ataque constante que muchas de nosotras recibimos por parte de algunos sectores de la sociedad, no cejaremos en nuestra lucha. Mi última entrada, que gracias a algunas amigas fue difundida por Facebook, recibió algunos comentarios insultantes y rabiosos de algunos hombres que se esconden en el anonimato para insultarnos. En este blog también he recibido algunos comentarios que por supuesto no he reproducido pero es curioso que el hombrecito que dejó uno de ellos (faltas de ortografía incluidas), se quejaba de que poníamos a todos los hombres en el mismo saco al poner el título de violencia patriarcal, y se preguntaba quejoso ¿por qué no poner simplemente violencia? La evidencia se encuentra en este blog y en todos los espacios feministas que por fortuna abundan en internet. Porque la violencia no es violencia a secas, tiene nombre y apellido cuando las mujeres suelen ser las víctimas y los hombres los verdugos. Por supuesto que no todos los hombres son asesinos y violadores, la prueba está en aquellos grupos de hombres y hombres a nivel individual que también sueñan con una sociedad mejor. Pero las pruebas están allí para quien quiera encontrarlas y admitirlas para intentar ser mejor persona. Las estadísticas no mienten, alrededor del mundo cada año mueren miles de mujeres asesinadas por sus esposos o compañeros sentimentales, cada año millones de mujeres son explotadas en la industria del sexo y los “clientes” que usan y abusan del cuerpo de mujeres, niños y niñas y personas transexuales, suelen ser del sexo masculino; en Bangla Desh y en la India a las mujeres se las quema con ácido, cada minuto una mujer es violada en algún lugar del planeta, y un largo y penoso etcétera.

Hoy he decidido reproducir un testimonio de las consecuencias de una violación, escrito por Claudine Simmons, estudiante afroamericana del York College de Nueva York. Este artículo lleva una breve introducción de la profesora Gloria Waldman y fue traducido en su día por Elisa Sierra Gutiérrez. Escrito en 1984 y más tarde publicado en la revista Poder y Libertad nº 6. Año 1985, reeditado por Elvira Siurana para este blog.

LA VIOLACIÓN. En primera persona

Introducción de Gloria Waldman

Desde 1976 imparto un curso sobre "Mujer: Mito y Realidad" en el York College de Nueva York, con otras colegas doctoras en historia, literatura, antropología y psicología. Ha sido el curso que más ha aportado a mi desarrollo intelectual y emocional. Encontré que el Movimiento Feminista era mi causa primordial a través del curso. Reforcé mi activismo personal y político. Conocí de una forma nueva, más íntima y vulnerable a mis colegas al diseñar juntas el curso.
Hemos visto divorcios, abortos, rupturas de compromisos, dolorosas tomas de conciencia, y claro está, renacimientos personales, semestre tras semestre. Hemos reído y llorado, nosotras cuatro, amigas y colegas, al leer las monografías de nuestro estudiantes. Son hombres y mujeres, la mayoría mujeres negras e hispanas, mitad jóvenes, mitad adultas, madres y divorciadas.
Y ahora presento esta conmovedora exposición de nuestra alumna Claudine donde se revela al lector mientras se enfrenta a sí misma. Escribí comentarios en los márgenes de su monografía, como solemos hacer las profesoras. "Yo también estoy muy trastornada por las experiencias que describes y a la vez conmovida por tu valor y el profundo auto-conocimiento que demuestras. Debió ser enormemente difícil compartir estas reflexiones; más aún, investigar el tema de la violación, como lo has hecho, es otro indicio de tu firme aprecio por ti misma".
Como dice Claudine en su ensayo, había borrado de la conciencia su propia violación. Sin embargo, de una manera inexplicable para ella, escogió el tema de la violación para cumplir con uno de los trabajos escritos del curso. Decidió examinar de una manera académica y objetiva el fenómeno de la violación y a la vez enfrentar el asco y la vergüenza de su propia experiencia.
El resultado me conmovió tanto que se lo leí a Lidia Falcón, la misma tarde en que salía de EEUU para España. Sugirió ella que se lo tradujera para publicar en "Poder y Libertad" y así  compartirlo con un mayor público. Primero pedí a Claudine que lo compartiera con sus compañeros de clase. Accedió. Lo leí en voz alta a la clase y todos lloramos. Ella dijo que por fin se sentía libre. Desde California la compañera Dra. Elisa Sierra Gutiérrez ofreció traducirlo.
Se completa el círculo. Las palabras y emociones de una estudiante, mujer negra, madre, cobran aliento y vida a través de los ojos y oídos de sus compañeras, todavía desconocidas, en España. Así sea.

LA VIOLACIÓN. En primera persona
Escrito en N.Y. abril 1984 por Claudine Simmons.

La palabra violación -rape en inglés- deriva del latín "rapere" que significa robar, agarrar, o llevar. Es la manera más antigua con la cual un hombre secuestró o robó a una esposa. En algunas tribus, constituía el matrimonio a la fuerza, puesto que un hombre tenía solamente que apoderarse de cualquier mujer que quería, violarla, y llevarla a su tribu. Es increíble que la violación se llevara a cabo bajo la fachada del comportamiento aceptable que premiaba al violador por maltratar y abusar de la mujer.

Cuando se piensa bien, esta actitud no ha cambiado demasiado. Afortunadamente, sin embargo, como resultado del Movimiento Feminista, se ha puesto mayor atención a este problema social. No obstante, la violación todavía es un tema coloreado de mitos y conceptos erróneos, complicado, cargado de emociones y poco entendido.

Por lo general, criminalistas, psicólogos, y otros profesionales que trabajan con el violador y sus víctimas están de acuerdo en que la violación no es un crimen sexual, sino un crimen de violencia. Las víctimas de la violación pueden ser, y han sido, miembros de cualquier nivel social, sin consideración de edad (1). Hay muchos mitos sobre la violación. Uno de los más tenaces es que víctima de alguna manera participó en la ofensa: era seductora o provocadora y se lo buscaba (2). Aunque esto fuese cierto, aún persistiría el derecho a cambiar de idea. No es ilegal decir "no", pero sí es ilegal no aceptar el rotundo "no" de una mujer. Hay quien describe al violador como un hombre demasiado susceptible a excitarse sexualmente. Es una simplificación exagerada, además de incierta. La violación es, un hecho, no solamente una expresión del deseo sexual, sino más bien una excreción de necesidades que no son sexuales. La violación jamás resulta de la excitación que no tienen otro medio de satisfacerse. La verdad es que el treinta por ciento de los ofensores en distintos estudios eran hombres casados y sexualmente activos con las esposas cuando asaltaron a sus víctimas (3). Como normalmente se asocia la violación con la satisfacción del impulso sexual, con frecuencia los remedios que se proporcionan también se dirigen a las necesidades sexuales. Por ejemplo, se ha sugerido que una manera de evitar la violación es legitimar la prostitución. El hecho es que la prostitución existe y que no soluciona nada, porque el ofensor no busca la satisfacción sexual. Las prostitutas son violadas, porque representan todo lo que el violador cree amenazador y lo que resiente en la mujer (4).  Quizás se explique que estos mitos y sofismas exciten aún hoy, el hecho de que para la sociedad es mucho más fácil comprender y aceptar estos mitos que enfrentarse con las realidades y frustraciones de la violación.

Desgraciadamente el racismo es aún otro peso con el que tienen que cargar las víctimas pertenecientes a minorías, especialmente las negras. Muchos policías conceden que si el violador es de una minoría y la víctima es blanca las posibilidades de perseguir el crimen aumenta. Sin embargo, si el caso es al revés, muchas veces no se molestan en perseguir el crimen. Algunos blancos creen que la violación no es tan perjudicial para la mujer negra. Se dice que la negra es más activa sexualmente que la blanca. Existe el concepto de que la negra enfrenta mejor la opresión. La violencia es un hecho aceptado de la vida cotidiana de los ghettos donde vive la gente de las minorías y donde el crimen es alma viviente. Así es que la mujer negra puede asimilar una experiencia de violación más fácilmente que una blanca. Estos mitos hacen que las negras sufran doblemente. La capacidad para salir adelante con los problemas de la vida no aumenta con la práctica. El porcentaje de las violaciones aumenta según la densidad de la población, pero si este crimen ocurriera solamente en los ghettos, entonces el interés público no hubiera escalado al nivel actual (5).

Las reacciones de las víctimas pasan por dos fases que tienen que ver en particular con el papel que desempeña el personal del hospital. La primera fase es la reacción inicial, que ocurre inmediatamente después del ataque y que generalmente se experimenta en el cuarto de emergencias del hospital. Durante esta fase inicial asombrosamente la reacción psicológica de la víctima aún no se manifiesta. Normalmente las defensas psicológicas de la víctima ocultan el impacto más grave del ataque. La reacción más normal es el "shock". La víctima de la violación siente la necesidad intensa de cegar y negar la experiencia y las emociones que causa. Esta necesidad puede expresarse en el silencio o en la conversación rutinaria e implacable. Este comportamiento es el más corriente, aunque durante esta etapa algunas víctimas son mucho más emocionales: inquietas, histéricas, explosivas, irritadas y/o furiosas. Desgraciadamente, es lo contrario a la emoción que esperan ver la mayoría de la gente, el silencio es la norma. Esto disimula el trauma que la víctima ha sufrido. Este silencio, junto con la falta, en la mayoría de los casos, de pruebas visibles de la fuerza física y violenta que se empleó durante el ataque, la tendencia a no creer o de sospechar de la víctima. Esto expone a la víctima al peligro de pasar por alto su necesidad de apoyo psicológico y social.

La segunda fase emerge en los días y las semanas después del ataque. Cuando la víctima experimenta nuevas reacciones y emociones: intranquilidad cuando duerme, cambios en el apetito, alteraciones de energía, malestar, dolores, complicaciones ginecológicas, y cualquier otro efecto emocional y físico que resulte de las heridas sufridas. El miedo continúa como una emoción penetrante y perturbadora. Casi todas las víctimas tienen miedo a quedarse solas y a ser víctimas de nuevo. Las víctimas demuestran muchas emociones que indican la tensión y el malestar que siente. Las reacciones incluyen la ansiedad, cambios de disposición, lamentos, la agitación, y la depresión. A menudo se quejan de una pérdida del sentido de humor. La mayoría de las víctimas luchan con sentimientos exagerados de responsabilidad personal, culpabilidad, y censura de si mismas. Creen que podían o debían haber evitado el ataque escapándose, resistiendo, o evitando al violador. Una mujer que es violada por un hombre que ha entrado en su casa en medios de noche, que la amenaza con una pistola, y que dice que atacará a sus hijos que están dormidos en el cuarto de al lado a veces cree que debería haber resistido más (6).

Al llegar a este punto en mi reporte, no he podido seguir. Han pasado dos semanas y no he podido continuar. Porque yo también soy víctima de la violación. Es una memoria tan horrible que aún me causa dolor. Ocurrió hace casi diez años cuando tenía veintiuno o veintidós años. Siempre, aún de niña, tenía la idea de que era independiente. Después de la escuela de segunda, conocí a mi ex-esposo. Aunque le quería, no creía quererle lo suficiente para el matrimonio. Tenía dieciocho años. Pasaron más o menos cuatro años, conseguí empleo en la telefónica y me matriculé en un programa preparatorio para la Universidad en Harlem. Durante cuatro años fui lo bastante atrevida para decidir tener una hija sin estar casada. Cuando digo atrevida, quiero decir atrevida. Aunque mi marido (después nos casamos) me ofreció el matrimonio varias veces antes y después del embarazo, no sentía ningún deseo de casarme. Sabía que en nuestra relación faltaba algo esencial. Aunque la comunidad de Harlem parecía aceptar mi estado sin alterarse (viajaba a diario de Harlem a Queens, donde vivía), no fue tal la reacción de mi vecindad burguesa en Queens que gozaba del chisme. De eso hace años, y aunque hoy en día parezca increíble, era una experiencia original y totalmente fuera de norma (el embarazo por elección y sin matrimonio). Mi familia y mis amistades estaban dispuestos a aceptarlo ya que era mi decisión. Con el tiempo mi futuro marido creía que estaba loca, pero me sentía feliz, porque había conseguido algo que quería. La vida me iba muy bien: me gustaba se madre, estaba de permiso en el trabajo, y, en cuanto a mis estudios, yo era la primera en una clase de seiscientos estudiantes. Habíamos concluido diecisiete semanas de un programa de veinte semanas. Con tres semanas más de estudios, me enteré de que recibiría un honor por mis notas sobresalientes. ¡Estaba exultante!
  
Cuando faltaban solamente dos semanas, la escuela entera fue invitada a una función de la tarde en teatro Apollo, renombrado lugar de variedades en Harlem que desde los años cuarenta se jactaba de presentar el mejor talento negro de EE.UU.

Durante el entreacto, mientras una amiga y yo comprábamos refrescos, un hombre de unos cuarenta años se nos acercó. Iba muy bien vestido. Aunque al principio se dirigió a las dos, al poco tiempo dirigía su conversación exclusivamente a mí. Dijo que buscaba una secretaria personal (tras enterarse de que nos faltaban dos semanas para terminar el programa preparativo) que fuera recién graduada de la universidad o similar. Citó un salario enorme para empezar. Las dos nos lo tragamos, pero no sin alguna duda. Entonces se disculpó y fue a hablar con el portero. Tuvieron una conversación en voz baja y cuando volvió me preguntó si quería el trabajo (solamente me lo ofreció a mí).

Tenía que decidir al momento, porque en un rato entrevistaría a otra persona. Cuando me notó indecisa, llamó al portero y pidió su opinión sobre la oferta que me había hecho. El portero dijo que sería una secretaria muy buena, aunque me parecía notar cierto recelo en él. Hizo lo mismo con la taquillera, quien le miró y puso los ojos en blanco. Después él dijo que ella estaba celosa, porque hacía tiempo que había querido el puesto de secretaria.

No podía creer en la suerte que había tenido: el dueño del teatro Apollo me había ofrecido un trabajo remunerado. Me dijo que era necesario pasar por su oficina para llenar unos papeles. Me aseguró que había solamente un puesto, porque yo insistía en que empleara a mi amiga también. Ella me deseó mucha suerte y me dijo que no perdiese la oportunidad, porque llegaría a conocer a muchas personas famosas que venían al Apollo.

Él me dijo que era importante ir a su oficina un momento para llenar unos formularios. Al salir del teatro nos encontramos con un fotógrafo, en esa época había muchos en la calle 125, y mi nuevo jefe insistió en que nos hiciéramos una foto. Entonces me dijo que tenía una cita para una manicura a la vuelta de la esquina, pero yo podía esperarle y ya no habría demoras. Después de la manicura dijo que tenía que llevar algo a un bar cercano y que le acompañara ya que quedaba camino. Empecé a impacientarme con tanta actividad. Me recordó que como dueño del famoso Apollo era normal estar tan ocupado. Me disculpé por ser ridícula y le dije que entendía.  Cuando entramos en el bar, pidió si podían cambiarle un billete de cien dólares. Salimos a emprender el muy anticipado viaje a su oficina. Llamó a un taxi y dio las señas de su oficina. Aunque no comprendí los siguientes minutos, la memoria me atormentará toda la vida. Me abofeteó tan violentamente que no pude sentir nada durante media hora. Cuando abrí la boca para hacerle una pregunta, me volvió a pegar y me insultó con lenguaje obsceno. Para entonces estaba confundida, asustada, y avergonzada. Cuando llegamos a nuestro destino atravesamos el hotel más elegante que jamás había visto y salimos por la puerta de atrás. De ahí caminamos a la entrada de un hotel venido a menos. Fue increíble. Me dijo que tenía que recoger unos papeles y que entonces volveríamos a su oficina en el primer hotel. También me pidió perdón por pegarme, aunque ya no recuerdo la excusa que me dio. Me presentó a la recepcionista del hotel y subimos arriba. Al entrar en el despacho, estaba atónita al fijarme en la condición pobre de todo. En ese momento empecé a hacer preguntas, pero no me respondía. Cuando di la vuelta para exigir una explicación, me encontré con la navaja. No me acuerdo de mucho después de eso, porque estaba horrorizada y confundida. Había sido elegida secretaria del estudiantado y tesorera. Ese día tenía que hacer un depósito en la cuenta de la escuela. Me robó el dinero y entonces me robó el cuerpo, el orgullo, y la dignidad. Se quedó dormido después de la violación. Me quedaría acostada por horas, porque tenía miedo de moverme. Aún tenía la navaja en la mano (quizás solamente me parecieron horas). Los minutos que tardé en levantarme me parecieron años. Salí corriendo del edificio y terminé de vestirme afuera. Ya era de noche.

Seguí corriendo por no sé cuánto tiempo. No sé como llegué a casa. Recuerdo que llegué en coche o taxi, pero no tenía dinero. Después de diez años, los detalles se borran. Cuando entré en casa, me acuerdo de que me bañé repetidas veces. Mi abuela me preguntó por qué me bañaba tanto. Contesté que estaba muy sucia. Sentía como si toda la suciedad del mundo estuviera en mi cuerpo. Por fin me quedé dormida para despertarme a la memoria de un cansancio que jamás había conocido. Los siguientes meses fueron un infierno. Era difícil ir sola a la tienda. No importa donde te encuentres, siempre te crees que el violador te volverá a atacar. Esta posibilidad mantiene a la víctima en un estado de terror (7).

Se calcula que de cada treinta víctimas de violación una desarrolla una enfermedad venérea (8). También se calcula que el 1% de las víctimas quedan embarazadas. Fue mi mala suerte pertenecer al 1%.

Mi vida se convirtió en una pesadilla horrible. Elegí el aborto, pero este paso fue otra crisis emocional. Los siguientes cinco años se fueron en tratar de afrontar esta realidad.

Durante estos años volví a la escena del crimen dos veces. La primera llevé una navaja y la segunda una pistola. Estaba obsesionada con la idea de cobrar mi venganza personal. La vergüenza de tener que ir a la corte era agobiante. Había demasiadas cosas en mi contra: una niña sin el matrimonio (el hecho de que había sido decisión mía no hubiera importado) y el haber ido al lugar de la violación voluntariamente (la palabra del portero en cuanto a un trabajo no hubiera tenido valor ninguno). Al revivir la escena me di cuenta de que tantas demoras en el camino establecieron testigos de que yo le acompañaba por mi propia voluntad. Meses después del ataque me acordé de que cuando me abofeteó un coche de policía había parado al lado del nuestro, esperábamos un semáforo. Se me ocurrió que había actuado como mi chulo delante del taxista y de la policía. Cuando me abofeteó, el taxista empezó a decir algo, pero el violador cambió el tema hablando del dinero. Había la foto que nos habíamos hecho donde yo sonreía pensando en el nuevo trabajo y en mi buena suerte. El hecho de que no le denuncié en el momento también me hubiera dejado mal ante las autoridades. Aún siento vergüenza después de diez años.

Este incidente me afectó toda la vida como les habrá sucedido a todas las víctimas. Tuve una hija sin estar casada, porque me creía muy independiente, tenía buen trabajo, el padre de mi hija no era el que quería de marido, y además había querido ser madre. A los seis meses de la violación consentí casarme con el padre de mi hija. Durante esos seis meses me había convertido en una mujer insegura y desequilibrada que quería que alguien la protegiera. Fue un error tremendo, porque siempre había sido independiente y mi hija que aún tenía dos años y yo siempre nos las habíamos arreglado muy bien. Perdí la identidad y la independencia. El matrimonio resultó tan mal como lo había imaginado antes de tener a mi hija.

Después de casarme, sentí la necesidad de compartir esta experiencia horrible con alguien que me quería. Se lo dije a mi marido. Fue un error. Los estudios indican que entre el 50 y el 80% de las víctimas de la violación pierden a los maridos o los novios (10). Aunque yo no perdí a mi esposo, ojalá hubiera sucedido. La vida se convirtió en un día insoportable tras otro, todos llenos de sospechas y acusaciones.

Al leer las fuentes de investigación para escribir este trabajo, me encontré con las precauciones de siempre para evitar una violación: cerrar las puertas, no anunciar que se vive sola, bajar las persianas, tener un teléfono cerca de la cama, tratar de no caminar sola, no recargarse de paquetes, etc. No creo que sea suficiente. No tengo los remedios, pero sí sé que están en la conciencia de la sociedad y que no depende solamente de las víctimas. La violación es un crimen abrumador. Daña el bienestar físico, psicológico y emocional de las víctimas. (Tuve que dejar de escribir este trabajo varias veces por el dolor psicológico que sentía después de diez años. Ahora lo pienso, creo que la obsesión de mi marido en follarme con violencia de manera continuada resultó de una inestabilidad psicológica a causa de mi violación. Le denuncié varias veces a la policía, pero no me hicieron caso. Uno incluso me preguntó dónde estaba la sangre).

Estoy de acuerdo con lo que Janet Broadie, otra víctima de la violación, y autora del libro "Fighting Back", dijo, "Nunca se siente una tan sola y aislada como después de una violación". Por esta razón y por el desarrollo de nuestra sociedad hay que enfrentar el problema de la violación en todos los niveles: individual, social, cultural, legal, económico y político. Para combatir la violación se requieren los esfuerzos de diferentes agencias y el interés de todos (11).

Comentarios personales
Aunque la preparación para este trabajo no duró más que el tiempo normal, para terminarlo requerí horas y horas de esfuerzo. No me había dado cuenta de la profundidad del trauma emocional y psicológico que aún existía en mi vida a causa de la violación.

Aunque este síndrome emocional y psicológico había existido durante tanto tiempo, fue como si se me hubiera quitado un peso tremendo de encima. Me doy cuenta ahora de que ésta es la primera vez que he pensado en todos los detalles de este incidente. Es casi increíble que lo he cegado durante todos estos años. Es la primera vez que lo comparto, excepto con mi madre y mi ex-esposo, desde que ocurrió. No pude dormir por dos noches y me di cuenta de que el resentimiento que siento por mi madre es el resultado de este incidente. Ella no me apoyó emocionalmente. Ahora cuando lo pienso, creo que quizás ella estaba sufriendo mucho y por eso no pudo responder de una manera emocional y no supo qué hacer ni qué decir.

También me doy cuenta de que aunque he estado separada de mi marido desde hace seis años, no he roto legalmente con él, porque he usado el matrimonio como protección contra otros hombres. Si no me divorcio, no puedo comprometerme seriamente con nadie, así no sufro. Desconfío de los hombres. Varios hombres han querido casarse conmigo, pero los he rechazado sin entender la razón. Realmente quería a dos de ellos, que eran mayores y estaban establecidos.

Ahora me doy cuenta de que debo estar en contra de una relación. Me siento amenazada si creo que el hombre toma el control. Creo que igualo el control emocional, psicológico y mental por parte de un hombre con el inevitable control físico.

En resumidas cuentas, aunque este trabajo ha trastornado mis emociones, me ha facilitado introducirme, por primera vez, en quién soy. Ahora puedo enfocar mi vida, porque por fin comprendo las causas de muchas cosas y las soluciones parecen estar a la vuelta de la esquina. Después de todo, lo más difícil fue recordar el pasado.

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(1)   Carmen Germanine Warner. "Rape and Sexual Assault. London: Aspen, 1980. p. 94.
(2)   Nicholas A. Groth, "Men Who Rape" Ed. H. Jean Birnbaum. New York, Plenum, 1979. p. 7.
(3)   Ibid., p. 4.
(4)   Ibid., p. 8.
(5)   Janet Brodie, "Fighting Back". New York, Macmillan, 1978. p. 21.
(6)   Warner, pp. 145-150.
(7)   Ibid., p. 200.
(8)   Ibid., p. 60.
(9)   Ibid., p. 62.
(10) Ibid., p. 213.
(11) Grot, p. 11.