domingo, 15 de mayo de 2011

MIEDO A VIVIR: MUJERES GOLPEADAS - MARISA HIJAR

Postal del Ayuntamiento de Sevilla - Delegación de la Mujer

A día de hoy llevamos 27 mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas en España. ¿Cuántas más deberán morir en manos de sus verdugos hasta que la sociedad se conciencie de este grave problema que nos incumbe a todos y todas? Hoy he elegido colgar un artículo, que escribió una compañera a la que no llegué a conocer – Marisa Hijar, publicado en esa revista pionera llamada Vindicación Feminista allá por el año 1978. Es conmovedor leer los testimonios en primera persona de algunas víctimas del maltrato y si lo he colgado es porque desde esta modesta tribuna me gustaría animar a tantas mujeres, sean del país que sean, que tal vez lean este blog y se identifiquen con lo que estas mujeres expresan, a denunciar. En muchas ciudades del mundo existen grupos feministas que podrán ofrecer apoyo y decirles adónde pueden ir para conseguir ayuda. No tienen que seguir aguantado palizas ni humillaciones, ustedes valen mucho más que esos hombres que se refugian en su prepotencia física. No están solas y el primer paso es que se lo digan a alguien, no encubran a sus maridos. La primera bofetada, el primer insulto, jamás será el único, le seguirán más. No se crean la lágrimas de cocodrilo ni las flores tras la agresión. Háganlo por sus hijos e hijas, ellos y ellas también merecen vivir una vida sin miedo.

Marisa Hijar durante las primeras Jornadas Feministas sobre Sexualidad y Reproducción, organizadas por el Partido Feminista de España en el Colegio de Médicos de Barcelona, 1981.

Miedo a vivir: Mujeres golpeadas

Marisa Hijar


En el noventa por ciento de los casos de separación pedidos por mujeres aparecen los malos tratos ejercidos por el marido contra la esposa. Un número elevado de mujeres que no piden la separación son maltratadas físicamente por sus maridos.

¿Qué conduce a hombres normales, pertenecientes a diferentes estamentos sociales, a pegar a sus mujeres en la vida cotidiana? ¿Por qué mujeres de diferentes estamentos sociales que son apaleadas por sus maridos siguen viviendo con ellos sin presentar demanda de separación? ¿Por qué le pega su marido? ¿Por qué se aguanta usted?

La relación de fuerzas entre hombre y mujer beneficia generalmente al hombre. Cuando los nervios y la ira se apoderan del ser humano, éste tiene ganas de “partirle la cara” a la persona que, directa o indirectamente le ocasiona tales nervios y la ira. A aquella persona que le está “sacando de quicio”. Los niños actúan así muchas veces. Los adultos actuamos así algunas, pero casi siempre dejamos nuestras manos quietas y retenemos como mejor sabemos, o podemos, nuestra ira. El ser humano no anda, de ordinario, por ahí peleándose a bofetadas con su prójimo porque una mínima formación nos hace comprender que ese no es el sistema adecuado de comportarse ni de solucionar nada. Una mínima formación y el saber que si andamos a puñetazo limpio con nuestros congéneres también nos harán a nosotros, cualquier día, una cara nueva. Pero, ¿cuándo la relación de fuerzas está descompensada? ¿Cómo actuaríamos si supiéramos que siempre resultaríamos los vencedores? Entre las razones por las que pegamos a un niño que se ha portado mal, ¿no cuenta la seguridad de que el niño nunca va a devolvernos la bofetada, la agresión física?

El único motivo por el que tantos maridos agreden a sus tantas mujeres es la convicción de que, debido a una relación de fuerzas evidentemente desigual en beneficio del hombre, el esposo jamás recibirá, como respuesta, igual agresión física por parte de su mujer.

Rosario C. 37 años. Catorce de matrimonio. Catorce años de bofetadas, de palizas, de empujones, de golpes.

Nunca hay una causa concreta y cualquier motivo le vale. En general, sí existe una tónica: su mal humor. Mal humor porque perdió por ejemplo, unos papeles importantes. Yo debo encontrar los papeles y cuando la búsqueda se prolonga sin éxito empiezan los gritos, luego los insultos, luego las bofetadas. Deberías verlo fuera de sí. Es un espectáculo monstruoso. Un día saltó, por encima de la cama y cayo sobre mí. Con el puño cerrado me golpeaba por todas partes. Caí al suelo y siguió la lluvia de patadas.

Nunca he presentado una denuncia contra él. Tales agresiones ocurren tres o cuatro veces al año. Son días terribles. En mi interior se mezcla una sensación de cansancio, de asco. Me pega en el cuerpo, pero me duele el alma. Me siento humillada hasta lo más profundo. Pienso qué opinarán mis hijos cuando lo sepan. Ellos también son hombres. ¿pegarán a sus mujeres el día de mañana? No, no me separé de mi marido. En cuanto lo pienso, intento no pensar en ello. Durante los primeros años de matrimonio sí pensaba hacerlo. Ahora ya no. Imagino qué sucedería cuando él se enterara: recibiría la pero paliza de mi vida. No tengo ninguna profesión con la que ganarme un suelo. Sé que él me haría la vida imposible, que me perseguiría sin cesar, que su actitud violenta para conmigo aumentaría. Además, ¿y mis hijos? Me horroriza pensar en lo que verían, oirían, aprenderían junto a mi marido, sin mí. No sólo aguanto por ellos; aguanto porque no sabría qué hacer, a dónde ir. Y porque no tengo ganas de nada. Soy una persona anulada, apática e indiferente. A fuerza de golpes me han quitado energías para vivir, para pensar, para sentir. Todo me da igual...

María T. G. 42 años. Trece de matrimonio


Siempre hay un motivo. Cuando cree que soy superior a él en algo, cuando nota que mis hijos, o amigos, están a mi favor y en su contra. Cuando siente, o cree, que lo han humillado o menospreciado para halagarme a mí.

Empieza a discutir, se va alterando y de pronto me pega una bofetada. Antes de que yo pueda reaccionar me da tres o cuatro patadas, empujones... que más da. Después, por lo general, desparece de casa. Al regresar está tres o cuatro días sin hablarme. Luego, la vida recobra la normalidad. Al principio armaba unas broncas horrorosas. Una vez llamé a mis padres para que vieran cómo me dejó el ojo de un bofetón. Se armaba un gran jaleo pero todo seguía igual... Ahora ya no. No tengo ganas. No voy a separarme de él porque no dispongo de medios económicos ni sociales. Tenemos poco dinero. Aunque con la separación consiguiera que me pasara algo resultaría insuficiente porque su suelo es muy bajo. Y, además, están los hijos. Sé que me los quitaría. Yo ya sólo vivo para ellos. Mi marido no cuenta nada en mi vida, es un ser al que desprecio, con quien debo vivir como los esclavos tenían que vivir con sus amos.

Marta S. 35 años. Diez de matrimonio


Es como si formara parte del folklore familiar. No podría decirte cuántas veces al año ocurre. Va a temporadas. Digo folklore porque más que pegarme me lanza objetos que yo intento, naturalmente, esquivar. Si estamos en la sala, libros; un cuadro, en el pasillo. Si me tiene cerca, empieza a darme golpes en todas partes, pero sobre todo estirones de pelo. Me estira del pelo, me zarandea y me transporta de una habitación a otra. Cuando intento volverme, apenas consigo darle alguna parada y, encima, me sacude más. Mientras, grita, y se origina tal escena que sólo pienso en que se van a enterar los vecinos o se despertarán los niños. Lo pero es cuando ya ha terminado. Cuando, por fin, coge la puerta y se va de casa, o a dormir. Entonces me siento tan sola, tan desgraciada, tan indigna... ¿a quién puedo recurrir? No tengo familia en Barcelona, ni apenas amigas, y a las que tengo no quiero contarles esto. ¿Qué pensarían de mí?

Es el miedo a vivir lo que hace aguantar a esas mujeres paliza tras paliza, día tras día, año tras año. Miedo a vivir, miedo a salir en busca de un trabajo que no se encontrara fácilmente.

No tengo profesión ninguna, ¿cómo me ganaría la vida? Miedo a vivir en un mundo que no las preparó para vivir. Miedo a vivir sin seguridad, sin medios.

No dispongo de medios económicos ni sociales para separarme.

Miedo a encontrarse de pronto suspendida de empleo y sueldo puesto que convirtieron el matrimonio en una verdadera profesión. Ese miedo a vivir mantiene hoy a muchas mujeres atadas a un marido que las maltrata, que las golpea, queles fomenta ese miedo a vivir.

Fuente original: Revista Vindicación Feminista, Nº 19, publicada el 1 de enero de 1978.

1 comentario:

  1. Gracias Silvia por rescatar de la historia a la entrañable Marisa. Y de paso a todas nosotras.

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